martes, 15 de octubre de 2013

Lilith - cuento para mayores-






Alicia devoró mi corazón

Era un sábado como cualquier otro. Después de una terrible jornada reparando Olivettis y Canon’s—de esas que nunca se pusieron de moda—pasé al bar de Fermín por un trago.

—Deberías pasar al servicio a lavarte esa tinta de las manos. —Me aconsejó Fermín, como siempre que entro en su bar de tercera.
—Sí, pero sólo quiero tomar una cerveza. Igual, la botana no está buena a estas horas. Quien sabe cuántas manos habrán metido los dedos al platito de cacahuates luego de haberlas sacado de un coño con sífilis. —Le respondí.
—Ese es mi amigo el escritor, tan pinche mal hablado.

Me dio una cerveza güera fría y limones recién cortados en un platito con sal. Luego, fue a atender más clientes en la barra.

Su bar no era muy popular y le iba peor ahora que habían abierto una disco a una cuadra del lugar.
Música, droga, alcohol, pachucos, de esos que bailan y cogen y vuelven a bailar. El paraíso, pues.
—Fermín, a tu bar le faltan mujeres.
—Y a tu cuenta le sobran ceros. —Gritó desde el otro lado de la barra para hacerse oír entre el poco ruido que había.

No me molesté en contestarle por dos razones:
Primero, porque cada fin de mes cobraba los cheques que ganaba por mis cuentos y las reparaciones de viejas máquinas de escribir. Ya le pagaría.
Y segundo, porque una rubia preciosa había entrado.

Todos los hombres la miraron en medio del silencio, de esos que se oyen cuando un ángel para un final provoca, según Silvio.
Tenía un vestido rojo carmesí que revelaba seductoramente un cuerpo joven y perfecto. Imposible que sus labios tuviesen algún tipo de labial, y aún así seguían siendo rojos y curvos, como para dar un beso capaz de devorar tu alma.
Y sus piernas, Dios santo, eran la excusa perfecta para ser católico por un suspiro y poder decir con vehemencia: Dios santo.

Me giré, entonces, para dentro de la barra. Generalmente son putas las mujeres perfectas. Porque la única manera de acostarse con ellas es con dinero, o con un buen título o apellido. Jamás diciendo: Mira, me he desgarrado los dedos mientras escribía un cuento con Camille Saint-Saëns sonando en el tocadiscos.
Nunca funcionaría. Porque ellas nunca se dejan cortejar por los escritores y sus hermosas palabras y bolsillos vacíos, y porque no conocen Le Carnaval Des Animaux de Saint-Saëns.

—Qué mierda. —Dije en voz alta. Mientras la rubia se sentaba en el taburete de alado, sin que yo me diera cuenta.
—Como cuando les falta la tecla de admiración. —Me dijo.
Me volteé y sentí como mis pupilas se dilataban al ver aquellos ojos azules mirándome mirar ese sensual escote.
—Parece que has visto un fantasma. —Dijo después de un prolongado silencio de mi boca.
—Perdona, me has tomado por sorpresa. ¿Puedo invitarte algo?—Respondí volviendo en mí.
Llamé a Fermín con señas y él vino hacia mí, con el rostro sin expresión. Le Pókerface des Fermín.
—¿Qué necesitas? —Me dijo, y con su voz parecía haberse llevado a mi simpático amigo.
—¿Sucede algo? —Preguntó la rubia sintiendo la tensión que acompañaba a Fermín.
—Quiero hablarte en privado, Carlos. —Dijo Fermín ignorando la pregunta de ella.
—Claro, pero ¿Qué pasa? —Pregunté.

Me guió entonces a un rincón alejado, no de la gente, sino de la rubia preciosa que no dejaba de lanzarme miradas seductoras.
—Carlos, amigo, no debes liarte con ella. Se le conoce como Alicia. Todos los hombres que terminan con ella en un motel vuelven cambiados. Como ausentes.
—Fermín, si quieres quedártela, es tuya. De todos modos, no me dan ganas de coger esta noche.
—Lo digo en serio. Debes alejarte de ella. Es mala.
—Descubrámoslo entonces. —Dije y me regresé a la barra, junto a Alicia.
Ella esperaba ahí, mirando las bellamente acomodadas botellas del estante donde estaban.
—Con que te llamas Carlos. —Me dijo cuando me senté.
—Y tú, Alicia. —Respondí.
—Ya veo, estuvieron hablando de mí. —Contestó a mi insinuación fingiendo enojo.
—De lo guapa que eres.
—No mientas. Si hubiesen hablado de eso, no se hubieran ido.

Joder, la rubia era—estaba—buena.

—La verdad, dice mi amigo que eres mala y debería alejarme de ti. Pero…
—¿Pero?
—Pero prefiero descubrirlo por mi cuenta.
—Invítame una copa de Champaña y prometo que no me olvidarás.
Nos tomamos una botella entre copa y copa. No lo noté en ese momento, y quizá el alcohol haya subido a mi cabeza un poco, pero me hizo preguntas extrañas toda la noche en el bar.

¿Qué clase de cuentos escribo? ¿Cómo definiría la tragedia? ¿Cómo desearía morir? ¿Qué bombea mi corazón?
No me di cuenta porque no preguntaba en ese orden y no sólo preguntaba cosas así. Además, ¿qué otra cosa podría bombear un corazón si no es sangre?
Ella fue al servicio y aproveché para pagar la cuenta. Fermín se acercó con la misma cara de antes. Esa cara que mantuvo toda la noche mientras coqueteaba con la rubia. Alicia.
—Última oportunidad…—Me susurró.
—Ya, la tomo. Ni loco dejaría pasar esta última oportunidad, Fermín. —Le respondí sonriendo.
—Me alegro. Entonces ¿la dejarás ir?
—¿Ah? ¿A esa oportunidad te estabas refiriendo?
—Carlos ¿a qué oportunidad te referís tú?
—A tirármela. A dejar esta cuenta en mi cuenta de tu bar. A descubrir por qué le temes.
Suspiró.
—No puedo detenerte…Ella…Bien, cabrón, continúa. Qué más da, es tu funeral.

Me quedé confuso. Fermín antes me había regañado por las sandeces—pendejadas—gilipolleces—boludeces—que cometía, pero con esta se había mostrado más sumiso.

Sumiso a quién…¿A mí? O a ella…

Alicia volvió y juntos tomamos un taxi. Como es lógico, el preludio se dio en el asiento trasero entre el Boulevard de los sueños rotos y aquella Farmacia donde venden pastillas para no soñar.
Llegamos a un motel, ella pagó el taxi—por suerte para mí—y entramos en el número ocho. Aunque el número, en realidad, no estaba de pie. Estaba tumbado, parecía el símbolo del infinito. Algo dentro de mí me advertía: Algo no va bien, joder, huye de ahí.
Pero ya estaba adentro antes de darme cuenta. Tumbado en la cama con la cabeza de la rubia subiendo y bajando entre mis piernas.
Antes de llegar al orgasmo, se levantó y dejó caer su vestido rojo. Tenía una piel blanca, hermosa; Su abdomen era plano y suave; Sus senos, esféricos y firmes; Su sexo, como si de una virgen se tratase.
Estaba embelesado con esa imagen icónica dentro de mi habitación. Dentro de mí.
Y comenzamos a hacer el amor en esa cama sucia de saliva y esperma de otros amantes.
Su labial se marcaba en cada parte de mi piel. Sus dedos dejaban un tatuaje permanente de sus caricias en cada músculo de mi cuerpo. Mi respiración y su respiración, como nuestro sexo, se unían en un resoplido pasional, casi bestial. Un cenit como temporal agitando las aguas de nuestros cuerpos.
Y en un momento, sentí una mordida. Primero traviesa y coqueta. Luego, cachonda y lasciva para finalmente sentir como, con sus dientes, me habría el pecho y lamía mi corazón.
Sentía su lengua, antes suave y ahora áspera, sobre mi órgano que no dejaba de latir más y más rápido. No sentía dolor, ni placer. Sólo sentía miedo y mucho frío. ¿Qué demonios era Alicia?
—¿Te gusta, querido? —Dijo en susurro para mí; Un susurro excitante que me aterraba mientras acariciaba en círculos mi pezón derecho y lamía mi corazón.
—Te dije que no me olvidarías nunca…¿Sabes por qué? —Volvió a susurrar.
De mi garganta no salía más que una respiración penosa y patética.
—Porque tu corazón es mío.
¿Cuántas veces no me dijeron mis amantes paranoicas eso? ¿Y qué pensaba yo? Que se referían al amor en forma metafórica. Pero Alicia no. Alicia quería devorar mi corazón.

Amaneció y desperté con una terrible resaca. No me dolía el pecho ni en él había alguna cicatriz. Sólo me sentía distinto.
Volví a mi sucio departamento. No recordaba nada del día anterior pero estaba casi seguro que lo había dejado limpio. Al menos había sacado la basura y esas manzanas que se estaban pudriendo.
Di un salto por el timbrazo del teléfono. Joder, mis nervios están tensos, pensé.
—Diga. —Respondí.
—¡Joder, Carlos! ¿Dónde has estado?
—Lo típico, ya sabes: Resaca, motel, la ausencia del día siguiente.
—¿Estuviste en un motel un mes? Te paso que no seamos tan íntimos y de vez en cuando no te vengas a visitarme pero nunca más de dos semanas sin venir. Me tenías preocupado. Ni contestabas al móvil ni en tu trabajo saben dónde estás.
Ya no seguía el hilo de sus palabras. ¿Un mes? ¿Qué puñetero día es hoy? ¿Cuánto tiempo hay entre un día y otro?
—Espera, espera. ¿Un mes? —Pregunté mientras veía salir de las manzanas gusanos babosos que caían a mi mesa y se morían en mis cuentos.
—Un mes, imbécil. 31 días. Y todo por irte con esa rubia.
—¿Ella qué tiene que ver?
—¡Idiota! Alicia es una succúbus de las pesadillas. Seduce hombres con un corazón enmohecido pero noble para tener sexo con ellos y ergo, arrancárles el corazón. Quise advertírtelo pero…
—¿Pero qué? ¿Qué clase de tonterías dices? ¿Cómo podría estar vivo ahora sin corazón?
—Como lo estoy yo. Ella también devoró mi corazón. Y quieras o no, ahora eres completamente suyo. Nuestros corazones no bombearon sangre nunca. Bombeaban la tinta con la que escribimos. ¿Por qué crees que dejé de escribir?
Los días que siguieron los fui perdieron lentamente. Cada día me sentía más vacío, más inútil. Más patético.
Descubrí que todos los del bar de Fermín carecían de corazón. Alicia les había devorado a todos esos órganos que les permitían escribir, componer música, pintar.
Colgué el auricular del teléfono y tomé una manzana. Sentí cómo mis dientes trituraban varios gusanos que explotaban bajo mis muelas. No sabían a nada.
Tomé una pluma y escribí en una servilleta:
Diría que ella me dejó una herida en el corazón, pero ella se lo llevó, con la mitad de mi vida.
Fue el último verso que escribí, como un suspiro, y dejé de ser feliz.
Dejé de amar.
Dejé de escribir…
Sólo, todos los días, iba al bar de Fermín. Tomaba una cerveza, me sentaba en una mesa vacía lejos de la ventana y me miraba los dedos entintados por reparar viejas Olivetti Studio.
Luego, ella venía y seducía a otro enmohecido pero noble corazón para seguir viviendo, para seguir tan sensual y hermosa.
Descubrí que le decían Alicia pero su nombre real era Lilith.

http://el-fauno-cuenta-cuentos.blogspot.mx/2013/10/alicia-devoro-mi-corazon.html



viernes, 4 de octubre de 2013

LA RUNA-MULA



La historia que les voy a relatar sucedió cuando yo tenía ocho años de edad. Recuerdo que fue una tarde cualquiera y me encontraba sentado en la vereda de mi casa junto a mi abuela Rosa, cuando en eso pasó cerca de nosotros una dama que había llegado a vivir en el barrio hacía solo unos pocos días. Mi abuela, esperó que la dama estuviera suficientemente lejos de nosotros para susurrarme en los oídos:

- Esa señora que acaba de pasar es una Runa mula. - ¿Una Runa mula? ¿Qué es eso? pregunté. Inmediatamente mi abuela contestó. - La Runa mula es una mula endemoniada. Ten mucho cuidado con ella, sale después de la medianoche y si encuentra a cualquier persona lo hipnotiza y lo lleva al monte en donde, por una noche, lo convierte en una mula parecida a ella. Trata de no acercarte a esa mujer. Es mejor estar alejados.

Mi abuela continuó relatándome la historia de esa mujer y me dijo que hacía sólo unos días una amiga suya, que venía del mismo pueblo que esta vecina, la reconoció en el mercado y le contó que la mujer hacía unos años atrás se había enamorado de su propio hermano. Fue tan grande su deseo de estar con él, que finalmente lo consiguió:

-Dicen que desde esa primera noche una maldición cayó sobre ellos y acabó con la vida de su hermano, mientras que a ella la echaron del pueblo. Desde entonces está condenada a vivir como una mujer normal durante el día y por las noches como una Runa mula.

Mi abuela agregó que esa historia la sabía poca gente del pueblo y que pocos la comentaban.

- Tienes suerte de ser pequeño pues al acostarte temprano no corres el riesgo de toparte con ese raro animal dijo mi abuela antes de levantarse para irse a su dormitorio.

Al día siguiente le pregunté a mi madre qué le sucedía a una persona si se topaba frente a frente con una Runa mula. Entonces me contó que las personas que se encontraban con esta especie de bestia las habían hallado convulsionando, echando babas y espuma por la boca, víctimas de un fuerte ataque de susto. También me dijo que todas las víctimas relataban que habían visto una mula galopando alocada, con los ojos rojos y echando fuego por la boca. Todas esas personas se habían desmayado y no recordaban ningún otro detalle de lo sucedido. Mi madre finalizaba diciendo que por eso muy pocos se atrevían a quedarse en las calles del pueblo más allá de la medianoche.

Desde aquella tarde una sensación de miedo me invadía cada vez que se trataba del tema, pero también se incrementó en mi la natural curiosidad para conocer la Runa mula. Pocos días después me ocurrió, que al comentar sobre la Runa mula con mis amigos, me sorprendió que ellos supieran la historia y que también tuvieran muchísimo miedo a la vecina. En realidad nunca habíamos hablado de ella, pues se creía que con el sólo hecho de nombrarla podía uno convocarla para que nos visite a través de nuestros sueños nocturnos. Debido a esto la mayoría de la gente evitaba hablar del tema y, de hecho, nosotros lo comentábamos apenas un instante y luego continuábamos con nuestros juegos.

Al regresar a casa le pregunté a mi abuela si alguien había visto a la nueva vecina en el momento que sufría la transformación y ella me contestó que no, que nadie lo había hecho y que, a decir verdad, nadie sabía con certeza si la señora sufría esta transformación. Pero que la historia relacionada a su hermano era suficiente para suponer que sí era una Runa mula.

Al siguiente día, mientras jugaba con mis amigos Manolo, Luís y Camilo, éste último nos comentó que su tío le había explicado cómo descubrir quién era Runa mula o no. Camilo nos contó que si uno es capaz de vencer el miedo y acechar a una Runa mula para echarle un poco de tinte de wito sobre su cuerpo, al día siguiente si se veían las manchas sobre el cuerpo de alguna persona quedaría más que comprobado su condición de Runa mula.

Luego de escuchar a Camilo nos miramos en silencio durante un largo momento y fue entonces que decidimos desenmascarar a nuestra vecina. Fuimos a la casa de Luís a preparar el tinte, allí planeamos juntarnos antes de la medianoche en una esquina del barrio para que, trepados a un árbol de castañas, esperar la llegada de la Runa mula. Habíamos acordado rociarle un poco de tinte de wito cuando el animal se ubicara debajo del árbol. Se lo echaríamos y ya veríamos al día siguiente qué sucedía.

En la noche cada uno de nosotros esperó pacientemente que nuestras familias se quedaran dormidas. En el momento indicado, cada quien escapó a escondidas y fuimos reuniéndonos en el lugar convenido. Nos trepamos al árbol de castañas y jugamos al yam kem po para elegir quién sería el encargado de echarle el tinte a la Runa mula. ¡Y me tocó a mí!

Esperamos un buen rato nerviosos y en silencio. Poco después de la medianoche escuchamos una mezcla de relincho de caballo con rebuzno de mula, y las pisadas de un animal que galopaba furiosamente por todo el barrio. Nuestros cuerpos se erizaron de susto, pero estábamos decididos a cumplir nuestro cometido por lo que esperamos que se acercara al árbol. Poco después, en una rápida carrera, el animal llegó a ubicarse debajo del árbol justo donde nos encontrábamos. Le derramé el tinte sobre su lomo y cabeza. El animal dio un brinco alertado y furioso, cuando levantó la cabeza y miró hacia la copa del árbol donde nos encontrábamos, pudimos ver sus ojos enrojecidos y endemoniados, así como los resoplidos de fuego saliendo de la nariz y la boca. El animal volvió a lanzar esa mezcla de rebuzno relincho y se fue galopando hacia el fondo de la calle hasta que se perdió en el bosque. Nosotros nos quedamos un buen rato sobre el árbol, aterrados y con el corazón acelerado al máximo. Después reaccionamos y regresamos a nuestras casas. Esa noche, quienes habíamos visto los ojos de la Runa mula tuvimos dificultades para conciliar el sueño. Por suerte, el cansancio me venció y me quedé dormido.

Al día siguiente, al despertar, escuché un gran revuelo de voces procedentes de la calle. Gritos e insultos, frases burlonas y silbatinas. Fue entonces que mi abuela entró a la habitación muy furiosa.

-¿Qué hiciste ayer por la noche?
- ¿Yo? Nada ¿Por qué?
- Te sentí regresar muy tarde. ¡No me mientas!
- Yo no he hecho nada, abuela.
- ¡No me mientas! -ordenó mi abuela con energía.
- Bueno, solamente queríamos saber si esa señora era una Runa mula.
- Pues hiciste mal. No debiste hacerlo, ve a la calle y mira lo que has conseguido.

Le hice caso a mi abuela y fui a ver lo que sucedía. Algunos vecinos alertados por el tío de mi amigo Camilo acosaban la casa de la pobre mujer. El tío de Camilo les había contado que a esa mujer le habíamos comprobado su condición de Runa mula y que debía irse del barrio. Durante un buen rato estuvieron allí gritando e insultando, algunos más atrevidos tiraban piedras a la puerta y a las ventanas pero la mujer no se asomaba. Hasta que la puerta se fue abriendo los vecinos no dejaron de gritar ni tampoco de tirar piedras. Fue entonces que ella apareció en el umbral con una maleta pequeña y sin levantar la mirada cruzó entre toda la gente.

El barrio entero se quedó en un silencio expectante. Cuando la mujer pasó cerca de donde me encontraba, pude ver que lucía una mancha oscura de tinte de wito sobre el rostro.

No era la primera vez que esa mujer había sido descubierta como Runa mula. De hecho, había llegado a nuestro barrio luego de haber estado en muchos otros lugares de donde debía escapar cada vez que descubrían su secreto, pues era el único modo de evitar los crueles comentarios y el acoso de la gente. Mi abuela, entre tanto, mientras miraba a la mujer alejarse del barrio, me dijo:

-¡Hijo!, nadie debe molestar a una mujer con tal condición. Suficiente castigo tiene al sufrir por un amor desaparecido, por el dolor de su transformación y también por la soledad. Además, en este mundo, ningún sufrimiento puede ser más doloroso que una maldición de amor.