La Casa de la Literatura auspicia un proyecto que le ha dado a un grupo de adultos mayores la oportunidad de encandilar a los niños con historias aprendidas a lo largo de toda una vida.
Texto: Raúl Mendoza.
Fotografía: Juan Pablo Azabache y Paola Paredes.
Sentada frente a un grupo de niños que a simple vista no supera los 10 años, Lita, una abuela cuentacuentos, pregunta qué historias les gustaría escuchar. Estamos en el salón de lectura de la Casa de la Literatura, un lugar donde antes funcionó la antigua estación de trenes de Desamparados, en el Centro de Lima. Hay un grupo de chiquillos sentados en el suelo y uno de ellos se adelanta a los demás para hacer su pedido:
–Una historia de terror, dice. Los otros lo secundan.
Y entonces suena la voz de la señora: clara, llena de matices. Los ojos mirándolos a todos, uno por uno. “Bueno, esta es la historia de La Calavera. Cuentan que había una aldea muy lejana y que en ese lugar había un cementerio. Y ahí, en la parte más oscura, recontraoscura, había un nicho. Saben lo que es un nicho, ¿no? Bien, al lado del nicho había una calaaa…”. Y mira a sus oyentes esperando una respuesta.
–Una “calavera”, dicen a coro, varios niños. La historia empieza a gustarles.
“La gente pasaba por ahí y escuchaba ruidos. Algunos iban con velas para alumbrarse y, entre las sombras, aparecía la calavera haciendo sonar sus dientes y provocándoles muuucho miedo. ¿No les daría miedo también?”, pregunta Lita. Los chiquillos responden que sí.
“Un día, un vecino del pueblo pasó por el lugar y vio a la calavera moviéndose. Y salió corriendo, asustadísimo, y les contó a los demás: ‘La calavera está terrorífica, se está moviendo’. Y la gente fue por la noche y la calavera volvió a moverse y a hacer sonar sus dientes. Todos corrieron…”, cuenta Lita, moviendo las manos, cambiando la voz, dramatizando el cuento. Los niños ya están metidos en la historia. Ninguno se mueve de su sitio y todos miran fijamente a la narradora.
“La Calavera” continúa, pero aquí detenemos el cuento. Por ahora.
LOS QUE CUANTAN
Esta mañana hemos llegado hasta la Casa de la Literatura para encontrarnos con Lita Sousa, 70 años, Sonia Aguilar, 63 años, y Paco Barreño, 72 años, tres señores que forman parte del proyecto “Abuelos cuentacuentos”, que la Caslit ha impulsado entre adultos mayores que tienen gracia y talento para contar una historia. Los tres tienen mucho que decir: además de las vivencias personales y los cuentos que escucharon de chicos, vienen con un montón de lecturas encima y, además, los han capacitado con técnicas que los ayudarán a enfrentar sin temor a sus oyentes.
Lita es socióloga, pero además ha hecho teatro durante mucho tiempo. Así que no tiene problemas en mostrar su histrionismo mientras desgrana una historia. Tiene la cabellera blanca y una gran facilidad de palabra. Le gustan los cuentos de fantasmas. “Yo estudié en el colegio San José de Cluny y ahí la historia más recordable era la de la monja sin cabeza. Y en mi casa era la de la mano peluda”, recuerda con una sonrisa. También nos dice que su nieta Mishka vive en Estados Unidos, pero eso no impide que le cuente historias por Skype. “A ella le encantan”.
A su lado está Sonia, una profesora cesante que nació en Barrios Altos, que se sabe la historia de los nombres de muchas calles de Lima y también recuerda algunos lugares emblemáticos de esta ciudad que ahora ya no existen. Cuenta, por ejemplo, que ella vivió cerca de la calle Las Carrozas y que el lugar se llamaba así porque allí se guardaban todas las carrozas de Lima hace más de un siglo. De lo que le contaba su abuela, recuerda que Lima fue una ciudad de huertos y que siempre le decía que en las higueras vivían los duendes. “Mientras más duendes había, más rico era el fruto”, cuenta.
Doña Sonia se acuerda también de que muchas veces, muy chica, la llevaron a la pampa de Amancaes cuando el lugar todavía no había sido ocupado por la gente y era un prado de lomas verdes donde reinaba la flor amarilla del Amancaes. “Yo he visto flores de Amancaes en el florero de mi casa. Ahora es casi imposible encontrarlas”, dice apenada. Y también se acuerda de cuando la Vía Expresa era apenas un zanjón y lo que hoy son las playas de la Costa Verde no existían. “Todas esas cosas quiero contarles a los chicos de ahora. Porque no las conocen”, explica.
Y aquí también está don Baco, chorrillano, técnico en electromecánica que hasta hace poco vivió en España y volvió al país después de cinco años afuera. Se enteró por el periódico que la Casa de la Literatura convocaba a gente de la tercera edad para que narren cuentos a los niños y se interesó. “Yo había visto a muchos cuentacuentos jóvenes en Madrid, así que me inscribí y me aceptaron”, explica. Siempre le narraba historias a sus nietas basadas, sobre todo, en sus vivencias.
El día que nos encontramos le contó al grupo de niños la vez que vio llegar un circo a su barrio. Los artistas estaban montados en un camión que avanzaba al ritmo de una trompeta y un tambor. “Cuando el camión se acercó, descubrí con sorpresa que era mi abuelo el que lo manejaba. Y me alegré porque seguro que iba a poder ir al circo”, les dijo a los niños que lo escuchaban. Y cerró con un “quieran mucho a sus abuelos”.
Los tres son parte de un grupo de 25 personas de la tercera edad con facilidad para contar historias. El coordinador del proyecto “Abuelos cuentacuentos”, Rony Puchuri, dice que se basaron en una experiencia similar en Argentina, pero aquí le dieron otro perfil. “En Argentina existen las abuelas cuentacuentos y básicamente leen cuentos a los niños en escuelas y otros lugares. Aquí, en cambio, hay una gran tradición oral –sobre todo en el interior del país– que viene de mucho tiempo atrás, así que el programa se centra en contar de memoria. Como siempre han hecho las personas mayores”, precisa.
Estos señores contadores de historias serán capacitados hasta fines de agosto por Cucha del Águila, cuentacuentos profesional y estudiosa del tema, y el grupo Déjame que te cuente. Para setiembre ya estarán actuando los sábados en la Casa de la Literatura y otros días de la semana en bibliotecas, colegios y otros lugares donde los convoquen. En un principio fueron cerca de cien los señores que se inscribieron y ahora han quedado aquellos que saben cómo atrapar la atención de los oyentes y hacerlos viajar a aquellos lugares donde ubican sus historias.
Y ahora: ¿saben qué pasó con “La Calavera”?
FINAL DEL CUENTO
“Por miedo a la calavera ya nadie quería pasar por el lugar. Hasta el Ejército llegó hasta allí. Y otra vez la calavera movió sus dientes en la oscuridad. Y otra vez todos acabaron corriendo. Pero entre ellos había un chico valiente que se llamaba...”.
–A ver... ¿tú cómo te llamas?– pregunta Lita a uno de los niños.
–César, le responde.
“Ese chico valiente se llamaba César. Y dijo: ‘yo voy otra vez’. Y convenció a dos amigos. Y fue con una escalera de tijera. Y la puso frente al nicho, mientras la calavera estaba allí arriba. Y empezó a subir. Primero un escalón y sintió miedo. Después un segundo escalón y sintió más miedo. Y además la calavera movía sus dientes. Luego el tercer escalón y sintió un sudor frío. Y cuando llegó al cuarto, levantó su espada y golpeó a la calavera que se movía. ¿Y saben qué pasó? Se le cayó el cráneo y era un ratoncito el que movía los dientes y la cabeza. Todo había sido un engaño. Y... colorín, colorado, este cuento se ha acabado”.
Y los niños, que siguieron atentos hasta el final, aplauden. La historia los mantuvo atrapados, atentos, en su sitio. La narradora les dice que muchas veces las cosas no son tan terribles como parecen y hay que enfrentarlas. Esta mañana los tres narradores los hicieron fantasear y, seguramente, lograron que quieran leer historias de aventuras, de fantasmas o de seres fantásticos. Los “abuelos cuentacuentos” es un proyecto que rescata una tradición milenaria: aquella de cuando los mayores, los más sabios, contaban historias sentados alrededor del fuego.
La Casa de la Literatura auspicia un proyecto que le ha dado a un grupo de adultos mayores la oportunidad de encandilar a los niños con historias aprendidas a lo largo de toda una vida.
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