martes, 10 de diciembre de 2013

TRES CUENTOS DE NAVIDAD



Belén, Iquitos.


Los niños de Belén saben que en Navidad no hace frío y que nunca caerá nieve. Saben además que es muy poco probable que Papá Noel se aparezca por allí. Sus gruesas ropas de felpa roja se convertirían en un inevitable lastre para el pobre viejo de enormes barbas blancas. El intenso calor le incomodaría, y su cuerpo grande y obeso sería un banquete exquisito para los miles de zancudos que habitan en esos oscuros y húmedos intersticios que hay entre sus casas de madera y el río.

Para Noche Buena los niños de Belén han pedido en sus rezos que no llueva, que el río no crezca, y si fuera posible, que alguien del barrio de Belén se pueda disfrazar de Papá Noel para que su Navidad se parezca a la Navidad de esos otros niños que tienen lo que ellos no tienen.

Ahora el cielo se muestra estrellado. Los niños de Belén saben que cada una de esas estrellas es un regalo para ellos. Su cena a base de yuca será especial sólo porque se trata de la Navidad. Al día siguiente y el subsiguiente seguirán comiendo lo mismo. Mientras cenan, logran oír el ruido de una campanita que poco a poco se va acercando. Los niños de Belén no pueden ocultar su alegría a pesar de saber muy bien que no se trata de Papá Noel, pero por ser Navidad harán de cuenta que sí se trata de él.


Altiplano, Puno


Los niños del Altiplano han pedido de regalo de Navidad que este año que viene el invierno no sea tan despiadado con ellos ni con sus familiares. Sólo este año que pasó muchos perdieron a sus amiguitos por culpa de esas enfermedades que surgen cuando llega el invierno. Sus precarios salones de clases poco a poco fueron abandonados por algunos alumnos que luego tuvieron que ser velados ante el dolor de sus padres y profesores. Por eso en Noche Buena piden que la vida y la salud no les sean esquivas a sus cortas edades.

Los niños del Altiplano han cenado papas hervidas y un caldo de chuño. Luego han salido a ver la noche que no es oscura sino azul. Completa la belleza de esa noche Navideña el hecho de que se logran ver las luces de todas esas innumerables casitas distanciadas. Esas luces no son más que el fuego vivo de sus hornillas y las velas que los ilumina.

Los niños del Altiplano han soltado a su pequeño ganado para tener esa imagen de los nacimientos tradicionales que todos tienen en sus hogares. Todos menos ellos. Por eso adoran a sus vicuñitas. Las cargan y les hablan. Les dicen que al igual que ellos no se pueden morir en el invierno que viene. Las vicuñitas los oyen y emiten ciertos ruidos que se van expandiendo con ese fuerte viento que silba a lo largo de toda la Puna. Esos pequeños ruidos poco a poco se van transformando en una voz que se distingue en sus oídos.

Cusicuni Chay Pumchaupi, logran oír. Y los niños del Altiplano inmediatamente sonríen. Ahora saben que su pequeño ganado y ellos sobrevivirán al nuevo invierno que se viene. Ese es su regalo de Navidad.


Huaycán, Lima


Los niños de Huaycán no tienen agua, tampoco tienen luz. No tienen árbol de Navidad ni lucecitas de colores. Tampoco cenarán pavo. Lo que tienen es una vieja lámpara de querosene que a duras penas los ilumina. En esa poca luz los niños de Huaycán se distinguen entre ellos comiendo un pedazo de panetón y tomando un poco de chocolate caliente en una vieja taza despostillada.

Mientras cenan, los niños de Huaycán hablan entre ellos y se cuentan lo que algún día sueñan tener como regalo de Navidad. Unos quisieran tener una bicicleta, pero antes que una bicicleta ellos prefieren tener una vereda por donde manejar sus bicicletas. Otros quisieran tener una pelota, pero antes que una pelota ellos prefieren tener un parque o una loseta deportiva donde jugar. Algunos quisieran tener una piscina para pasar el verano, pero el agua apenas les alcanza para cocinar y lavarse. También les gustaría tener un televisor pero la electricidad no existe para ellos. Muchos quisieran un libro con ilustraciones pero tampoco saben leer.

Los niños de Huaycán terminan de cenar y salen a ver a lo lejos la ciudad de Lima. Todo se encuentra iluminado como un gran nacimiento. De pronto unos enormes fuegos artificiales salen de lo alto del cerro donde viven y se estrellan en el cielo. Ellos los observan encandilados. Admiran la luz y la belleza de esos fuegos artificiales que se muestran sobre sus cabezas, sobre sus casas, sobre su cerro, sobre toda su ciudad. Para los niños de Huaycán todo ese espectáculo les parece un sueño, como todo lo que sueñan tener en Navidad.